El paisaje urbano como territorio físico tiene varios puntos de complementariedad que establecen conexiones comunicadoras suficientes para que lo espiritual brote al exterior y establezcan un dialogo con lo cotidiano y lo tecnológico, reconociendo en cada gesto, imágenes simples y al mismo tiempo estimuladoras del ser, para que al final, se manifieste con símbolos que parecen proceder de culturas milenarias que se resisten a desaparecer, porque lo comportamental sigue aún conectado con el espíritu.
La morfología de la obra se concentra en dos elementos principales, como son: el lenguaje corporal, traducido en los gestos o símbolos que expresan los fragmentos corporales, los cuales denotan las reacciones emocionales de un estado anímico o conductual y por ultimo un elemento aglutinador del espacio en que se encuentran todos, este son las baldosas rojas y amarillas, gris y verde, dispuestas intercaladamente en su color, para contener cada uno de los fragmentos.
La composición en tiempo y espacio de “Vasos Comunicantes”, nos evoca los mecanismos de adaptación y defensa del ser físico ante la intervención constante al paisaje primitivo, por el afán modernista de la sociedad que cada día coloca un ingrediente más al urbanismo desenfrenado.